Yo no estaba allí cuando llegó el momento.
No lo supe, ni siquiera estaba sobre aviso.
Pero, cierto, enmudeció la tarde.
Tembló la última hoja de otoño
y se deslizó en su caída más allá
de donde se llega a divisar el camino.
Quisiera haber tenido tu mano grande
y fuerte para agarrarte
y no dejarte marchar. Para atraparte,
prisionero, a mi lado, y así
me permitieras visitarte
de ciento en viento a tu casa.
Pero te fuíste y tu mano,
tu gran mano, no dijo adiós.
Saluda al acabar el díae incluso después brilla,
bañada por luz de oro.
Tesoro, corazón, que te siento
aunque no te toco.
*(De "ESCRITOS PARA VIVIR", Luis Tamargo).-
Me cambio de casa
Hace 6 años.